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Cuando hablamos en general del mundo del trabajador autónomo incluimos una multitud de situaciones distintas:
– personas que desarrollan una actividad por su cuenta, sin personal contratado
– personas que desarrollan una actividad por su cuenta, con personal contratado
– personas que son administradores de una sociedad, habitualmente una sociedad limitada (autónomos societarios)
– personas que desarrollan una actividad por su cuenta, con o sin personal contratado, pero muy centrados en un cliente principal (autónomos dependientes).
Podemos decir que el hecho de que a todos ellos se les llame autónomos se debe a que están adscritos al régimen de autónomos de la Seguridad Social.
Habitualmente se les llama también trabajadores autónomos. Y de hecho, no dejan de ser un tipo de trabajadores, unos que trabajan en una empresa de la que ellos mismos son los titulares, bien directamente, bien a través de una sociedad. Hasta aquí todo correcto.
¿Y cuándo pasamos de ser trabajadores a empresarios?
Pero cuando uno empieza a ejercer de trabajador autónomo, se da cuenta de algunos efectos secundarios que, muchas veces no había previsto. El primero, que le faltan manos y tiempo. Se da cuenta de que para trabajar de aquello por lo que ha montado el negocio, ha de ejercer otras funciones y hacer trabajos muy diversos (vender, hacer presupuestos, hablar con proveedores, presentar impuestos, gestionar la web y las redes sociales, .. .). Es decir, se da cuenta que aparte de trabajar propiamente dicho como cualquier trabajador, también debe gestionar su negocio, por pequeño que sea.
Y aquí es cuando se produce el choque de trenes. En muchas ocasiones, el trabajador autónomo no era consciente de esta parte de gestión, y la va haciendo sobre la marcha, aplicando sentido común, a ratos que tiene,…
Avancemos un poquito más. Cuando pensamos en una empresa, ¿quién es el responsable de gestionarla? Normalmente es el empresario. Y aquí tenemos otra paradoja: muchos trabajadores autónomos no se sienten empresarios.
Pero cuando analizamos la situación, llegamos a la conclusión de que la actividad como autónomo conlleva desarrollar dos ámbitos. El primero, la prestación de un servicio o la venta de un producto. El segundo, la necesidad de organizar todo el proceso tanto interno como externo para que dicha venta sea posible. Cuando integramos esta doble vertiente de trabajo y de gestión como actividad propia de la persona trabajadora autónoma, podemos hablar ya no de trabajador autónomo sino de empresario autónomo.
El empresario autónomo
¿Qué pasaría si dejáramos de hablar de trabajador autónomo? Para todos es evidente que un autónomo también ejerce una actividad laboral. ¿Qué pasaría si habláramos directamente de empresario autónomo? Quizás evidenciaríamos este ámbito de gestión del que muchas veces no se es suficientemente consciente y habitualmente viene sobrevenido. Quizás ayudaríamos a que las personas que se deciden a trabajar por su cuenta planteen los negocios de forma diferente.
¿Qué queremos conseguir? Pues que las personas que quieren desarrollar una actividad como autónomos, sean conscientes desde el principio de lo que conlleva y, por tanto, la desarrollen de forma más tranquila, integrada y sostenible.
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